trabajar en un hospital terciario puede resultar un "infierno". y es que a veces incluso dejas de sentir las piernas. sobre todo cuando llevas 24 horas de pie sin parar. bienvenidos a una guardia de urgencias!
cuando escogí medicina en parte lo hice con la intención de ayudar al prójimo. pero cuando las circunstancias profesionales no son las adecuadas, toda mi buena fe se agota. mi paciencia tiene límite!
ocho de la mañana. llego a urgencia con pocas ganas por el madrugón y por saber que voy a estar bajo tierra 24 horas seguidas, pero con buenas intenciones porque al fin y al cabo es lo que me gusta hacer.
opción A. no hay pacientes que pasar. lo agradezco mucho. opción B. sólo hay uno. lo sorteamos entre las dos resis mayores que estamos. cincuenta por ciento. como el programa del carlos lobera. opción C. hay pacientes para los dos. con suerte será uno o dos por cabeza. pero puedo empezar la guardia con tres o cuatro.
llegan más pacientes. son triados. pasan a los boxes. voy a verles. pido las pruebas necesarias. y ahí empieza lo malo. las pruebas pueden llegar a tardar a veces tres o cuatro horas, por lo que voy acumulando una lista de pacientes que con sólo verla me produce agobio. pero si sólo fuera eso ni tan mal. el problema es que (a veces en verano, casi constante en invierno) llegan más pacientes que boxes tenemos y que capacidad para ver (por falta de personal) tenemos por lo que la urgencia, simplemente, se colapsa.
entonces empieza la pesadilla. los pacientes y familiares quejándose de que llevan horas esperando a ser vistos cuando se supone que han ido a un servicio de urgencias, los boxes colapsados, la sala de observación saturada por lo que los pacientes no tienen más remedio que quedarse en los pasillos (con su mejor o peor estado general), ... y yo me quemo (y todos los demás también). cada hora se hace eterna. miro el reloj continuamente y apenas han transcurren ... minutos.
llega la noche. el cajetín de pendientes de ser vistos medio lleno. se prevee una noche larga y, sobre todo, sin descanso. me cojo una coca-cola para cargarme de energía y hacer más llevadero el último turno. "paciencia" me digo. uno tras otro. total, ocho horas y a casa. ánimo. pero en el fondo es duro. agotador. las horas se hacen eternas. sólo encuentro consuelo en el compañerismo. bromeamos respecto a la situación. comentamos los casos que nos llaman la atención. nos sentamos en el "zulo" que tenemos para descansar y escuchamos música en la kiss ...
pero todo lo bueno se termina. y lo malo también. ocho de la mañana. dejo de ver pacientes. preparo cartelito con los pacientes que tengo que pasar a los que entran frescos y despejados. llega el séptimo de caballería. doy el pase. me despido de mis compañeros. subo a la taquilla. me cambio. subo a mi planta. saludo mi gente. la fina me da mimos. los demás me mandan a la cama. me voy. diez minutos y en casa. otros diez y en la cama. a descansar! qué alivio para mis piececitos!
hasta la próxima! (que como hago seis al mes no tardará en llegar, je je)
cuando escogí medicina en parte lo hice con la intención de ayudar al prójimo. pero cuando las circunstancias profesionales no son las adecuadas, toda mi buena fe se agota. mi paciencia tiene límite!
ocho de la mañana. llego a urgencia con pocas ganas por el madrugón y por saber que voy a estar bajo tierra 24 horas seguidas, pero con buenas intenciones porque al fin y al cabo es lo que me gusta hacer.
opción A. no hay pacientes que pasar. lo agradezco mucho. opción B. sólo hay uno. lo sorteamos entre las dos resis mayores que estamos. cincuenta por ciento. como el programa del carlos lobera. opción C. hay pacientes para los dos. con suerte será uno o dos por cabeza. pero puedo empezar la guardia con tres o cuatro.
llegan más pacientes. son triados. pasan a los boxes. voy a verles. pido las pruebas necesarias. y ahí empieza lo malo. las pruebas pueden llegar a tardar a veces tres o cuatro horas, por lo que voy acumulando una lista de pacientes que con sólo verla me produce agobio. pero si sólo fuera eso ni tan mal. el problema es que (a veces en verano, casi constante en invierno) llegan más pacientes que boxes tenemos y que capacidad para ver (por falta de personal) tenemos por lo que la urgencia, simplemente, se colapsa.
entonces empieza la pesadilla. los pacientes y familiares quejándose de que llevan horas esperando a ser vistos cuando se supone que han ido a un servicio de urgencias, los boxes colapsados, la sala de observación saturada por lo que los pacientes no tienen más remedio que quedarse en los pasillos (con su mejor o peor estado general), ... y yo me quemo (y todos los demás también). cada hora se hace eterna. miro el reloj continuamente y apenas han transcurren ... minutos.
llega la noche. el cajetín de pendientes de ser vistos medio lleno. se prevee una noche larga y, sobre todo, sin descanso. me cojo una coca-cola para cargarme de energía y hacer más llevadero el último turno. "paciencia" me digo. uno tras otro. total, ocho horas y a casa. ánimo. pero en el fondo es duro. agotador. las horas se hacen eternas. sólo encuentro consuelo en el compañerismo. bromeamos respecto a la situación. comentamos los casos que nos llaman la atención. nos sentamos en el "zulo" que tenemos para descansar y escuchamos música en la kiss ...
pero todo lo bueno se termina. y lo malo también. ocho de la mañana. dejo de ver pacientes. preparo cartelito con los pacientes que tengo que pasar a los que entran frescos y despejados. llega el séptimo de caballería. doy el pase. me despido de mis compañeros. subo a la taquilla. me cambio. subo a mi planta. saludo mi gente. la fina me da mimos. los demás me mandan a la cama. me voy. diez minutos y en casa. otros diez y en la cama. a descansar! qué alivio para mis piececitos!
hasta la próxima! (que como hago seis al mes no tardará en llegar, je je)
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